Cada día un nuevo ultimátum se proclama ante las cadenas noticiosas del mundo. Apoyados en el combate invocado por el grupo terrorista Hamás, los ejércitos israelíes han emprendido una ofensiva inédita en el último bastión palestino a la orilla del Mar Rojo. Más de 18.000
gazatíes han sido asesinados en la contraofensiva —para muchos desproporcionada, para otros justificada— al ataque perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre.
No obstante, la ofensiva lanzada contra el grupo terrorista ha tenido unos márgenes militares desdibujados que han abierto la puerta a una masacre en contra de civiles, mujeres y niños palestinos, que nada tienen que ver con terrorismo.
Algunas posiciones de la comunidad internacional, entre la que se destaca el presidente del país, Gustavo Petro, han empezado a señalar como criminales las acciones del Estado de Israel, mientras que el G7 en bloque manifestó su irrestricto apoyo a Israel argumentando el derecho a la autodefensa concepto que históricamente ha terminado en desmesura.
Para mantener el apoyo político, Israel ha intentado publicitar medidas de aparente humanitarismo que en la práctica son fácilmente controvertibles, un ejemplo de ello fue cuando instó a los civiles gazatíes a buscar refugio en el extremo sur de la franja, pero el ejército ha
seguido atacando objetivos en todo el territorio, incluso el Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior, Josep Borrell, ha denunciado recientemente que Israel intensificó los bombardeos en el sur. La ONU calcula que 1,9 millones de los 2,4 millones de habitantes de Gaza han sido desplazados de sus hogares y, aproximadamente, la mitad de la cifra corresponde a niños.
Un panorama de la actualidad en gaza puede ser descrito con estadísticas lamentables: el 38% de la población vive en situación de pobreza. El 54% de los habitantes padecen inseguridad alimentaria. El 75% son beneficiarios de ayuda. El 35% de las tierras agrícolas y el 85% de
sus aguas de pesca son total o parcialmente inaccesibles. Más del 90% del agua del acuífero de Gaza no es potable.
El 33% de los medicamentos esenciales están agotados. El conflicto palestino es milenario, se remonta a la edad de Bronce. La versión moderna del conflicto inicia con la proclama del Estado de Israel en 1948. Desde entonces, Israel ha emprendido una agresiva colonización
y ocupación que naturalmente ha despertado odio; el odio despierto ha impulsado acciones violentas, las acciones violentas han sido contestadas con más violencia, hasta llegar a la penosa situación humana actual.
Ningún conflicto puede entenderse en el reductismo, no es simple, no es sencillo; este, en especial, contiene un ingrediente religioso que amplía las distancias entre un pueblo y otro, sumado a la defensa del concepto nacional, el derecho al territorio, la vida, la familia.
Tal vez, lo más lamentable, después de la sangre derramada, ha sido la incapacidad de la comunidad internacional, de nuestra especie en su totalidad, para solucionar conflictos. Nos es fácil la guerra, nos es esquiva la posibilidad de paz.