Siete días le tomó a los manifestantes conseguir la renuncia del Presidente de la República, el 10 de mayo, agremiaciones y trabajadores lograron que el presidente Gustavo Rojas Pinilla abandonara el poder pese a que el 30 de abril de 1957 la Asamblea Nacional Constituyente había aprobado su reelección para el periodo 1958-1962.

La renuncia de Rojas Pinilla fue uno de los acuerdos a los que llegaron los altos mandos militares y los dirigentes del Frente Civil para responder a la crisis que había estallado en las calles, iniciando por los estudiantes, seguida de los diarios que se negaron a circular, los bancos que cerraron sus puertas y final- mente la parálisis de la industria en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla.
Las otras medidas que acompañaron la renuncia del General, fueron la designación de una Junta Militar, la constitución de un gabinete paritario, la liquidación de la Asamblea Nacional Constituyente, convocatoria a elecciones y el compromiso conjunto de retorno a la normalidad.

La historia expresa con claridad como la mayor parte de las estructuras sociales: desde amas de casa, hasta la Iglesia Católica, se cohesionaron en el propósito de presionar al Gobierno para exigir su dimisión. Fue un movimiento nacional conformado por todos los estratos el que logró en ese entonces hacer valer al pueblo por encima de su gobernante de turno.

¿Duque, un nuevo Rojas?

La situación colombiana actual no dista mucho de ser la misma del 57 en lo que se refiere a que es el estudiantado el primer grupo en movilizarse y en el descontento generalizado, sustentado en cifras paupérrimas de aprobación de la gestión de Iván Duque. Sin embargo,
tres diferencias sustanciales nos separan de la Colombia de mediados de siglo XX. En primer lugar, la pandemia

ha sido un factor incidente en la ejecución del Gobierno; dicha eventualidad no lo exculpa de sus desaciertos, pero pone a prueba con mayor severidad las escasas capacidades demostradas por el primer mandatario. En segundo lugar, la Colombia del 57 fue unánime: industriales, banqueros e incluso el clero participaron en la movilización aplicando medidas, desde su área de influencia, que hicieron insostenible al Gobierno. En paralelo y por razones entretejidas en el decurso de la historia, las luchas populares contemporáneas están huérfanas,
descansan únicamente en el hombro de las clases más desfavorecidas, como si los gremios poderosos, los medios de comunicación y los bancos, hubieran aprendido de la lección del 57, que pueden hacer renunciar a un mandatario, pero que es más provechoso tenerle
trabajando en pro de sus intereses, después de todo, el poder siempre ha conseguido la manera de aferrarse con más fuerza a su fantasiosa perpetuidad.

Finalmente: el discurso de la dignidad. Gustavo Rojas Pinilla hizo una única solicitud para renunciar y fue que se salvaguardara la dignidad de las Fuerzas Armadas, una solicitud vacua en un país controlado militarmente, donde además se había prohibido la tenencia de armas a particulares, así que se pre- sume que su exigencia más tuvo que ver con una declaración de identidad que con una preocupación. Una despedida responsable justificada en un acto de abnegación, que al fin y al cabo, le valió al pueblo la reivindicación de su dignidad, dignidad hoy en día diluida en muchos ciudadanos partidarios del poder, dignidad inexistente en los mandatarios de la actualidad, que prefieren contar muertos en lugar de firmar su renuncia.