El abuso sexual en Colombia ha registrado entre enero y septiembre de 2022, más de 15.823 víctimas; 1.400 fallecieron de manera violenta y se ha registrado un incremento del 18% en los suicidios de menores de edad, con 236 víctimas, según un informe publicado por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

El estudió también reflejó que los niños, niñas y adolescentes entre 10 y 14 años fueron los más afectados por los abusos, se registraron cerca de 8.430 casos.

De igual forma, los homicidios violentos contra menores pasaron de 1.321 en 2021 a 1.422 en 2022, un aumento del 8%, de los 1.422 fallecidos, 469 menores fueron asesinados, en su gran mayoría adolescentes entre los 12 y 17 años (418) y de sexo masculino (381). El aumento fue de 10,35%, contra los 425 homicidios que se contabilizaron en 2021, con igual predominancia entre varones (359), de acuerdo a información publicada por la Fiscalía.

Es por ello, que el delito del abuso sexual contra menores de edad, ha ido dejando a través del tiempo, no sólo un dolor inmenso en un número importante de niños, niñas y adolescentes, en Colombia, sino que puede ser aún mayor las cifras que se desconocen de este flagelo, dadas las condiciones silenciosas en que se da el abuso y lo que representa para las víctimas, poderlo expresar sin que sean rechazados o culpados.

 Experiencia del abuso…

A lo largo de mi vida he tenido que enfrentarme a diferentes situaciones de abuso, a los 4 años aproximadamente y digo aproximada porque realmente no recuerdo mi edad, solo recuerdo con claridad un día en el que mi madre me dejó en la iglesia con un señor que me parecía simpático. Este amable señor cerró las puertas, me llevó al fondo donde había salones que funcionan como aulas de clases. Recuerdo que era muy niña, que me sentó sobre su regazo, yo usaba un vestido y zapatitos que le hacían conjunto. Este señor me hablaba con palabras tan amables que me generaban una gran simpatía. Recuerdo que me preguntaba si lo quería mientras posaba mi manita en su miembro.

No fue si no hasta muchísimos años después, que supe que esta era una forma de abuso sexual, abuso que habían despertado en mi sensaciones que no eran para nada acordes con mi edad y las que me hacían sentir culpable, porque según las enseñanzas de mi iglesia, muy seguramente me iba a ir al infierno.

Para mi infortunio era tal vez una maldición que no podía evitar, que me perseguía, que tal vez persigue a muchas niñas y mujeres.

Tenía tal vez 12 años edad, en mitad de la noche comencé a sentir como unas manos tocaban mi parte intima y a pesar de que tenía un sueño muy profundo, desperté, rápidamente la figura masculina salió de la habitación y al pasar por el marco de la puerta y con la tenue luz que alumbraba su figura, puede darme cuenta, de que era un familiar; por su puesto al contar esto nadie me creyó, desperté una serie de odios hacia mi por parte de algunos de mis familiares, porque según ellos, yo era una mentirosa.

Creo que no hay nada más duro que ser desestimado por tu propia familia, aun siendo una niña y por razones de las que obviamente no tenías la culpa y fue así como la depresión se fue apoderando de mí, desde niña y todo lo que había tenido que vivir, sumado a que un país violento me había arrebatado a mi padre, figura que según mis sueños e imaginación, muy seguramente me habría protegido de todos esos monstruos.

Para mi total desgracia, mis peligros no terminaron al irme del pueblo donde había vivido esta serie de eventos desafortunados. Tratando de hacer otra vida, viaje a la ciudad de Medellín, conseguí trabajo en una fábrica de camisetas, en un almacén ubicado en el barrio Laureles, me volví hincha del Atlético Nacional y cada domingo que podía visitaba el Atanasio para de esta forma sentir la adrenalina que transmite el canto de las barras.

Uno de esos días mientras trabajaba, mi compañero Lemus me contó que iba a hacer una reunión en su casa por motivo de su cumpleaños, ya había tenido la oportunidad de haber estado en su casa, me encantaba como bailaba y como bailaba su hermana o su prima, no lo recuerdo con claridad, solo se que era una morena muy simpática que sabía mover muy bien sus caderas y yo quería aprender a hacerlo igual.

En fin, me emocioné con la noticia de la fiesta y le dije que por su puesto iría, pero ese día me tocaba llevar unos bultos de camisetas al hueco, solo tenía que entregarlas y pronto estaría desocupada y para no volver a la fábrica me iría directamente a su casa y los esperaría allí.

Así fue, espere por un largo tiempo y me senté en el andén de su casa pero Lemus no había llegado, era muy temprano y en esa época, el año 2006 no había celulares.

Después de un largo tiempo salió un muchacho, calculo que tendría 20 años o más, era delgado, bajo y tenía tatuajes en su cuello y varias partes del cuerpo, de esos detalles me di cuenta más adelante.

El muy amablemente me ofrece el teléfono y me dice: el moreno no ha llegado, ¿quieres llamarlo? por lo que concluí que lo conocía y cruce la calle para atender a su ofrecimiento, recuerdo haber puesto el primer pie en la puerta, levantar la mirada y darme cuenta que tenía un arma apuntando a mi cabeza.

Esta persona me sometió a diferentes formas de abuso y para que no me resistiera o intentara algo, me mencionaba que el arma tenía silenciador y que nadie me iba a escuchar. Cuando se cansó, no se después de cuanto tiempo y durante la oscuridad de la noche, me sacó de la casa envuelta en una sábana, le rogaba que por favor me dejara ir, que no le contaría a nadie, que me iría de Medellín pero sus intenciones eran claras y eran no dejarme con vida.

Me llevó a un río y mientras procedía a estrangularme, su pistola se le enredó y cayó al suelo. Aún me pregunto si la pistola estaba cargada, si pude haber hecho algo para defenderme, ¿por qué no me propinó un disparo y ya, por qué querer estrangularme después de golpearme con la pistola en la cabeza?. Son preguntas que solo podrá responder mi agresor y no se qué pasó con él, en el tiempo transcurrido desde el 2006 cuando tenía 16 hasta el día de hoy que tengo 32 años.

Después de que su pistola cayó al suelo grité y corrí, lo que lo asustó e hizo que huyera, llegue a golpear a una casa hecha con partes y latas, probablemente de invasión, les pedí ayuda, aun recuerdo su cara de susto, ellos llamaron a la policía que me recogió en una camioneta, recuerdo que fueron amables conmigo, me llevaron a un hospital donde me realizaron diferentes exámenes médicos y me limpie un poco. El susto me había hecho del cuerpo cuando pensé que la muerte me había llegado.

Finalmente, me llevaron a la Fiscalía donde tomaron muestras y me entrevistaron en varias ocasiones, era simplemente una niña de 16 años, con heridas visibles, evidentemente violada, los exámenes realizados confirmaron que no había tomado una sola gota de alcohol, que no estaba drogada y que habían intentado acabar con mi vida.

Sin embargo me cuestionan constantemente sobre los motivos por los que estaba allí, que si estaba drogada, que si me dedicaba a la prostitución. La preocupación de los funcionarios no era evidentemente atrapar a la víctima, sino encontrar argumentos para desacreditar la denuncia. ¿Acaso eso quiere decir que una prostituta no tiene derechos, o si una mujer se toma un trago está buscando que la violen?.

Después de ese paso por la Fiscalía no quise saber nada más, estaba tan traumada que no podía hablar del tema, mi mente cerró el capítulo durante muchos años, el caso se cerró y perdí partes de mi memoria que aun intento recuperar.

Debido a esta historia, mi historia y de los diferentes casos de abuso silencioso y sutil de los que he sido testigo, me atrevo a contar lo que nos toca pasar a muchas mujeres y que por desgracia la sociedad ha venido normalizando, me niego a seguir siendo una víctima y justificarse en que así funciona el sistema.

Urgen acciones eficaces contra el abuso

Para el defensor del Pueblo, Carlos Camargo no se deben normalizar este tipo de conductas agresoras y debe existir mejor atención psicosocial por parte de las entidades competentes, para restablecer los derechos de los niños afectados.

Cabe resaltar, que este delito es promovido principalmente por personas cercanas al entorno familiar de la víctima, lo que preocupa significativamente cómo pueda resolverse, no obstante es un deber crear estrategias para salvaguardar la vida y dignidad de los niños, niñas y adolescentes en Colombia.

Por :Claudia Ventura.
Periodista colombiana exiliada en Europa